lunes, 15 de octubre de 2012

Un cuento para los muertos.


Tiempo sin publicar, les dejo un cuento ahora que se acerca Halloween, espero que les guste:


Los lobos, la caperuza y un encuentro fortuito


            "La nieve estaba densa, la tormenta del día anterior había borrado todo camino o huella como si su única intención fuese el que nadie pudiera llegar al pueblo. El cazador conducía su carreta rumbo a su hogar en el bosque, sus bolsillos venían llenos y su garganta caliente. La noche estaba inusualmente tranquila y oscura debido al cielo nublado, pese a ello no había una sola brizna de viento, sin embargo el frio calaba hondo; un trueno exploto sobre la carreta del cazador sin avisar siquiera forzando al hombre a dar un brinco sobre el asiento de la carreta, un rayo de luna se escabullo entre las nubes iluminando en parte la ruta delante de él y fue así que logro distinguir un cuerpo tirado en medio de la nieve, justo a tiempo para evitar pasar con su carreta sobre él.
            Bajo de su carreta y a duras penas pudo moverse en la profunda nieve hasta llegar junto al cuerpo tirado en el suelo que resultó ser el de una niña, de piel blanca como la nieve y cabello negro como la noche, estaba desnuda e inconsciente. -Quizás está muerta- pensó el cazador, miro en derredor suyo y no pudo explicarse cómo es que la chica había llegado a ese lugar, pudo menos explicar cómo es que parecía estar durmiendo profundamente o él porque estaba desnuda, al acercarse a ella sintió la respiración tranquila de la niña y le extraño lo tibio que estaba su cuerpo. Volvió el cazador a su carreta y cogió una piel de lobo cobriza, casi carmesí, con la cual había mandado a fabricar una caperuza y con ella envolvió el cuerpo de la niña.
            Continuo su camino rumbo a su hogar, intrigado por el descubrimiento de aquella noche deseando ver a su mujer, contarle y mostrarle la curiosa carga que llevaba con él. Una suave brisa arrastro consigo el aroma del cuerpo de la niña mezclado con el olor de la piel carmesí, el cazador se sorprendió disfrutando del aroma, pues le parecía el olor de los árboles, la humedad y la tierra. De golpe salió de su ensueño cuando se percató que tenía compañía, sin poder ver su número sus pasos en la nieve delataban la manada de lobos que rodeaban su carreta y le seguían. ¿Hace cuanto rato estaban tras de él y porque razón se habían delatado justo ahora? Fue lo que pensó el cazador, mientras con su mano derecha buscaba a tientas su arma para poder defenderse de un inminente ataque; una suave y pequeña mano retuvo la del hombre, al voltearse se topó de frente con el rostro de la niña que había recogido, sus ojos eran plateados y brillantes, su sonrisa era cálida y serena, aquella niña emanaba sabiduría, deseo, nostalgia y a su vez el cazador podía presentir el peligro de dejarse llevar por aquellos ojos plateados.




            -No te asustes-  Dijo la niña, su voz era suave y profunda como el sonido que hace el viento de otoño cuando se enreda en las hojas secas.  -Solo quieren saber si estoy bien-   continuo la pequeña. El cazador no podía apartar su mirada de los ojos de la niña, había en ella algo tan antiguo como la tierra misma y su aroma desprendía los recuerdos de la más temprana infancia revolcado en el musgo. Contrario a lo que su buen juicio le gritaba el cazador se tranquilizó con las palabras de la pequeña volviendo a retomar las riendas de su carreta, en tanto ella se pasó desde atrás de la carreta a sentarse junto al cazador, su rostro suave y salvaje;  su cuerpo envuelto en la caperuza carmesí hecha con la piel de lobo era una visión bastante sugerente a ojos del cazador, quien hizo lo posible por ignorarla. La niña sonrió al darse cuenta de lo que pasaba por la mente del hombre y sutilmente se acurruco contra el brazo derecho de él.
            -Debemos llegar pronto a casa-  le susurro la niña al oído.  -Allí te daré lo que tanto anhelas-  El cielo había abierto casi por completo, la luna inundaba los caminos y el bosque, para el cazador lo único en su mente era la pequeña cuyo cuerpo tibio y suave sentía junto a él. Los lobos dejaron de seguirlos mientras la luna crecía cada vez más y se teñía de color rojo, la manada emprendió el rumbo de regreso al pueblo desde donde habían seguido al cazador, aullando y resoplando con el deseo de sangre en el hocico."



No hay comentarios:

Publicar un comentario