viernes, 27 de diciembre de 2013

El Invierno y las Flores de Fuego.

    Mucho tiempo  atrás,  tanto que  ni las  más  antiguas montañas lo recuerdan. 
Las  criaturas  de  este  mundo  podían  hablar  con  la  gran  madre  sin  más
intermediarios  que  sus  palabras  honestas.  Ella  cuidaba  de  todos,  mayores  y 
menores de sus hijos eran plenos y ninguno era el favorito o hecho a un lado. Los 
días  eran  favorables  y  como  una  buena  madre,  ella  los  atendía  con  amor  y 
esmero. Pero sus días  eran cada vez más  cortos y el descanso se le aproximaba, 
así  que un  día  empezó  a guardar silencio y tejer un  mantón  de estrellas para su 
noche de letargo.

    En las altas montañas del norte, donde algunos humanos  habían  hecho su 
vida,  nacerían  quienes  llevarían  de  la  mano  al  mundo  mientras  la  gran  madre 
soñaba con caracolas y aguas tibias. 

    Una tribu de hombres había  detenido su marcha al pie de las montañas, en 
un  valle  formado  entre  dos  cordones  de  elevadas  cordilleras,  la  planicie  era  de 
fértil  estado y los frutos del trabajo de aquellos  nómades  les  darían  sustento por 
varias generaciones, al punto de  sentirse  cómodos  por primera vez sin moverse 
de un lugar a otro. 

    Por otra parte, las montañas y el valle  habían  sido hogar ancestral de una 
raza de grandes lobos esteparios. Cazadores y nobles criaturas,  habían  hecho su 
hogar  allí  desde hace  ya diez generaciones de lomos grises, los  más  ancianos y 
sabios de todo su clan.  Criaturas altivas, orgullosas y sabias, capaces de ser el 
puente entre los  espíritus  del mundo y los vivos. Venerados por algunos de sus 
hermanos menores, pero con la claridad de mente para no cegarse ante su propia 
sabiduría.

    Para  cuando  los  nómades  humanos  llegaron  al  valle,  los  grandes  lobos 
habían  emprendido un largo camino hacia los bosques del sur, como cada año lo 
hacían,  en  busca  de  mejores  presas  y  para  saldar  los  conflictos  entre  especies 
que  solicitaban  su  noble  juicio.  Pero  no  dejaban  su  tierra  para  no  volver  jamás, 
pronto y después  de que las crías  de una nueva camada tuvieran las patas firmes 
volverían a sus queridas montañas.

    Y así fue que los hombres se asentaron en esta tierra, construyeron casas y 
empezaron  a  trabajar  la  tierra  en  busca  de  sus  frutos,  fue  así  que  varias  lunas 
después  de  la  llegada  de  los  hombres,  los  lobos  regresaron  la  valle  y  se 
encontraron con aquellos seres de los cuales solo  habían  escuchado a  través  de 
las  palabras  de  los  hermanos  menores.  Criaturas  que  andaban  en  dos  patas, 
carentes  de  pelaje  y  con  un  lenguaje  que  ningún  hijo  de  la  gran  madre  podía
entender.  Los  lobos  con  curiosidad  y  desconfianza  debido a  las  historias  que el 
viento  arrastraba  entre  sus  dedos,  decidieron  ser  meros  observadores  del 
comportamiento de estas poco bienvenidas visitas.

    Dos  años  después  de  la  llegada  del  hombre  al  valle,  los  grandes  lobos 
partían  de  su  tierra  hacia  los  bosques  del  sur,  en  su  peregrinar  para  traer  una 
nueva camada al mundo, las relaciones entre ellos y los humanos no  habían  sido 
de lo mejor, llegando en algunos  mínimos  casos a ataques de parte de lobos a 
humanos  y  la  consiguiente  represalia  de  estos.  Si  la  hostilidad  seguía  de  esa 
manera la tranquilidad de las montañas seria alterada  para siempre, y de esto era 
muy  consciente  los  sabios  de lobos y humanos, papel que  recaía  en dos de las 
más  viejas hembras de cada especie, quienes se esmeraban por superar su falta 
de  comprensión  del  otro  y  entender  el  propósito  de  la  gran  madre  al  atar  sus 
caminos.

    Fue  así  que ese año y en  simultánea  hora nacieron dos criaturas, una de 
cada pueblo, tan diferentes como el día y la noche, pero tan iguales como el mar y 
el cielo. En la tribu humana  nació  una  hembra  y le fue dado el nombre de Kyliah, 
de cabello como una llamarada y ojos cristalinos de un celeste robado del cielo, la 
niña  más  hermosa y diferente que  había  llegado al mundo de los humanos, y la 
sacerdotisa pudo ver en sus sueños, que el tejido de la gran madre estaba por ser 
terminado y así supo que entre los lobos vendría el destinado para esa niña.

Como ya fue dicho, en los bosques del sur fue a nacer una  cría  de lobo, 
macho heredero del  líder  de la manada. Cuyo pelaje era blanco como el  algodón
más  puro  y  poseía  dos  largas  y  aterciopeladas  colas  que  se  movían  como  las 
nubes por el cielo. Le fue dado el nombre de Beregon y pese a ser un lobo  muy 
diferente  a  sus  camaradas,  fue  amado  desde  que  puso  sus  patas  firmes  en  el 
suelo.  La anciana y sabia loba  comprendió  lo que su  símil  humana también  había
entendido, el mantón pronto estaría listo y la gran madre iría a descansar.

    Fue  así  que los lobos decidieron explorar la tierra y no volver hasta mucho 
tiempo  después  a  sus  montañas  natales,  por  donde  pasaban,  fueran  hermanos 
menores o humanos. Todos se admiraban del cachorro blanco como las nubes y 
sus  dos  hermosas  colas.  Pero  sin  duda  lo  que  más  llamaba  la  atención  del 
cachorro  era  su  carácter  sencillo  y  afable  que  desprendía  una  paz  y  armonía
dignas de los  más  ancianos  árboles. Sus pisadas firmes y su mirada ancestral le 
valieron el apodo de “Jourinxi” o Lobo-Roble.

    Por su parte Kyliah creció para ser la más bella de las hijas del hombre y su 
carácter  mezcla del fuego en su pelo y la transparencia del cielo en sus ojos, le 
daba  una  personalidad  capaz  de  controlar  al  más  bravo  de  los  guerreros.  Era 
audaz, fuerte y veloz, amaba las montañas y con paciencia exploraba cada  rincón 
en  ellas,  siendo  un  constante  dolor  de  cabeza  para  sus  padres  y  el  resto  de  la 
aldea, quienes la protegían como su más grande tesoro.

    El  tiempo  pasaba  para  estos  dos  seres  de  alma  serena,  quienes  no 
imaginaban que tan entrelazados estaban sus  destinos  con el mantón  que la gran 
madre casi acababa. Habiendo pasado casi siete años de su partida a los bosques 
del  sur, los grandes lobos regresaron a las montañas.  Volvían  a  su tierra, de la 
mano  del  líder  y  su  cachorro,  el  amado  Jourinxi.  Los  hombres  enterados  del 
regreso de los lobos,  temían  por su seguridad y dada la notable ausencia de sus 
antiguos  dueños,  ellos se  sentían  con derechos sobre las tierras de sus  antiguos
ocupantes. El jefe de la tribu y su hija Kyliah, se  reunían  con los consejeros y la 
sacerdotisa  a  fin  de  evitar  un  conflicto  con  sus  hermanos  y  al  mismo  tiempo 
conservar su lugar en aquel lugar.

    Los  lobos  también  entendían  que  de  alguna  manera  las  cosas  habían
cambiado  durante  su  prolongada  ausencia  y  que  nada  evitaría  el  conflicto 
desatado si ellos no eran voluntariosos  y  mantenían  la calma, por  muy insultados 
que se sintieran de los advenedizos humanos. Pero  había  dos seres a los cuales 
no podía  importarles menos el conflicto en ciernes, sino que  más  bien les llamaba 
poderosamente  la  atención  estas  extrañas  criaturas  de  dos  y  cuatro  patas 
respectivamente.  Fue  así  que  Kyliah  y  Beregon  salieron  de  sus  respectivos 
hogares  en  busca  de  aquellos  seres  que  picaban  su  curiosidad,  ambos  por 
diferentes rutas que sin embargo se unían  en un punto que ni  ellos conocían.  Fue 
así  que  entrada  la  noche,  una  tormenta  de  viento  y  relámpagos  azoto  las 
montañas y el valle entre ellas. Y pese a todo su esfuerzo, ni humanos ni lobos 
pudieron salir en busca de las crías perdidas de ambos, por lo cual se lamentaban 
profundamente.  Lejos  ya  de  sus  hogares,  la  cachorra  humana  y  el  cachorro  de 
lobo  vinieron a  toparse  en una  saliente de la escarpada montaña, donde el viento 
y  los  relámpagos  amenazaban  con  azotar  sus  frágiles  cuerpos.  Valientes  y 
decididos,  ambos  seres  no  se  amilanaron  ante  la  presencia  del  otro  y  lejos  de 
temerse,  desafiantes  se  plantaron  cara  en  medio  del  camino,  como  si  alguna 
antigua  disputa  nunca  resuelta  les  atenazare  el  corazón,  decididos  a  probar  la 
valía de su oponente y el peso de su espíritu.

    Por horas midieron fuerzas en ataques tan perfectos y coordinados que la 
mejor de  las  danzas  palidecía  ante  sus movimientos.  Gráciles  y  certeros  golpes 
que  sin  ser del  todo mortales  no  escatimaban  en  fuerza  e  intencionalidad.  Pero 
como  toda  cosa  en  el  mundo  llega  a  su final  en  algún  instante  y  la fortuna aun 
tenía  algo  que  decir  entre  estos  dos  seres.  La  gracia  mal  calculada  de  un 
movimiento  y  una  mortal  ráfaga  de  viento  hicieron  perder  el  equilibrio  a  Kyliah
cuyo cuerpo se  desprendió  del suelo y se deslizo por el filo de la montaña hacia 
una  muerte  segura.  Pero  más  rápido  que  el  pensamiento  Beregon  reacciono, 
envolviendo  en  su  caída  y  a  riesgo  de  su  propio  cuerpo  el  de  Kyliah,  cayendo 
ambos  varios metros hasta otra saliente, quedando sin conocimiento por cosa de 
horas y abrazados el uno del otro. Al salir la luna, el frio era cada vez  más  intenso 
y si bien el lobo estaba  protegido  por su pelaje, no era lo mismo para la humana, 
quien temblaba como una hoja al viento, debido a la oscuridad ambos  deberían
esperar  el  amanecer  para  bajar  volver  a  sus  respectivos  clanes  con  vida,  pero 
para el lobo era seguro que la humana no  pasaría  el frio de la noche,    ella aun 
orgullosa  y  altiva  no  pensaba  aceptar  la  ayuda  de  su  enemigo  y  mucho  menos 
pedir por ella. Por eso le  sorprendió  de sobremanera el sentirse envuelta en una 
suave  piel  blanca,  la  cual  la  protegió  del  frio  como  la  más  abrigadora  de  las 
prendas. Al levantar su vista y darse cuenta que la piel era del mismo color que el 
pelaje del lobo hizo el amago de  quitársela  no sin antes darse cuenta que en el 
lugar donde antes  había dos colas ahora solo una se movía acompasada al viento 
y ese puro pelaje era ahora manchado por un hilo carmesí que dejaba su huella en 
el suelo. El lobo no evito la mirada de la humana y ella se  sintió  sobrecogida del 
valor  de  su  oponente  y  se  aferró  al  pelaje  como  el  más  valioso  de  los  tesoros, 
haciéndole  un espacio al que era ahora su compañero y no su enemigo. Fue  así
que el alba los descubrió durmiendo abrazados y sonrientes.

    Antes de volver a sus respectivas familias, Kyliah intento devolver el pelaje 
a Beregon, ante lo que este hizo una mueca y le dio a entender a ella que era un 
regalo  de  respeto  y  amistad,  ella  sin  pensarlo  dos  veces,  saco  el  cuchillo  que 
llevaba  en  su  cintura  y  sin  mediar  palabra  corto  la  larga  trenza  de  cabello  que 
había  crecido todos estos años, el lobo  no  pudo evitar el sorprenderse y  más  aún
cuando Kyliah ato la trenza al cuello de  Beregon y le  sonrió  gentilmente. El lobo 
entendió  en  seguida  la  intención  de  la  humana  y  asintió  ante  el  regalo  de  ella, 
prometiendo  para  sí  jamás  desprenderse  de  aquel  cabello  de  fuego.  Así  y  por 
primera vez estos seres se separaban para volver con los suyos, pero envueltos 
cada uno en una parte del otro.

    Los años no fueron gentiles con los lobos y los humanos, las tensiones y la 
falta de dialogo entre los  líderes  contrarrestaba  con  la creciente amistad de Kyliah 
y Beregon, al punto que para ellos no  parecía  existir conflicto alguno.  Al cumplir 
los doce años de vida, la adultez llamo a las familias a escena, las camadas de 
humanos y lobos llegaban a la madurez. Sin embargo la celebración se convertiría
en tragedia pues la confrontación era inevitable.

    Kyliah en todo su  poderío  secundaba a su padre,  líder  de los humanos y 
como  un  tótem  en  su  espalda  llevaba  la  preciosa  piel  de  su  amigo  Beregon, 
cuando nadie la veía la acariciaba dulcemente con tristeza en sus ojos. 
Beregon a los doce años se  había  vuelto  majestuoso y bello, su pelaje era 
aún más  blanco que cuando joven y su padre  parecía  el cachorro junto a él, en su 
cuello aun llevaba la trenza de Kyliah, los cabellos de fuego que su amiga le  había
regalado  hace  tanto  tiempo  y  que  no  habían  perdido  su  vigor.  Mientras  que  a 
Kyliah el cabello jamás había vuelto a crecerle.

Los bandos se trenzaron en una batalla de lanzas y colmillos,  asestándose
crueles golpes los unos a los otros, mientras el tapete del destino de la gran madre 
se  desenrollaba frente  a  ellos. En un momento  clave  de  la  batalla  Kyliah  se  vio 
rodeada de lobos y desarmada, pero pese a ello no  había  perdido su  espíritu  de 
batalla que ardía  en sus ojos celestes. Beregon al presentir el siniestro final de su 
querida humana no dudo ni  por  un instante en arremeter en contra de los suyos, 
en  una  furia  comparable  solo  a  los  berserkers  legendarios.  Kyliah  no  pudo  ser 
menos ante el valor de su querido Beregon y  recogió  su lanza, haciendo frente al 
enemigo común.

    Hombres  y  lobos  por  igual  estaban  en  desconcierto  ante  el  repentino 
cambio de la marea,  al enfrentarse con estos dos  fieros  guerreros.  Pero la suerte 
no  había  elegido  a  su  compañero  para  esa  tarde  y  fue  así  que  un  aullido 
desgarrador  sobrecogió  el  campo  de  batalla  y  el  corazón  de  Kyliah,  cuando  al 
voltearse  vio  a  su  querido  Beregon  atravesado  por  una  lanza  humana  en  su 
costado  mientras un lobo clavaba sus colmillos en el  cuello  de su amigo. No hubo 
pausa en el movimiento de Kyliah cuando acabo con humano y lobo por igual y su 
grito  de  furia  encendió  su  corazón,  estremeciendo  a  todos  y  por  un  instante 
deteniendo las acciones.

    Cayó de rodillas ante el jadeante cuerpo del lobo, su piel estaba cubierta del 
carmesí  de  su  sangre,  mientras  ella  intentaba  inocentemente  limpiarla.  El  solo 
pudo  sonreír  ante  su  preocupada  amiga  y  con  ese  gesto  cerro  sus  ojos  para 
siempre. Kyliah  entendió  en ese momento lo que  perdía  ente sus ojos, por seguir 
ciegamente el  egoísta  deseo de los suyos. Y ante su pena infinita se  sobreponía
un amor que nunca hubiese imaginado. Cogió el cuerpo de Beregon en sus brazos 
y  lo  apretó  contra  su  pecho  queriendo  no  dejarlo  escapar  jamás.  La  trenza  de 
cabello alrededor del cuello del lobo se desanudo y  empezó  a caer al suelo… Y 
ahí  donde  caía  un  cabello  una  flama  pequeña  se  iba  encendiendo,  para  luego 
convertirse en una flor de color  carmesí.  Camino Kyliah entre humanos y lobos, 
quienes  avergonzados  y  tristes  lloraban  la  perdida  de  Beregon,  pero  más  aún
lloraban porque  entendían  que el destino iba a reclamar a las dos criaturas  más
puras de la creación.

    Al llegar a la orilla del descampado, Kyliah se giró hacia los guerreros con el 
cuerpo de Beregon aun en sus brazos. Su pelo se  había  encendido como el sol y 
sus ojos celestes brillaban con la fuerza del amor por su querido lobo.  Sonrió  a 
todos y en una llamarada intensa desaparecieron amb os ante la vista de todos. 
Pero no hubo de pasar un instante cuando un relámpago atravesó el cielo y nubes 
blancas  como  el  pelaje  de  Beregon  taparon  el  celeste  cielo  y  como  si  fuesen 
lágrimas,  delicados  y  suaves  copos  de  agua  comenzaron  a  caer  sobre  las 
montañas y el valle. El invierno  había  nacido, una  época  cruel y dura para todos 
seria aquella, que les recordaría lo que habían perdido.

    Pero la gran madre no era  cruel con sus hijos y antes de que su sueño la 
sumiera  totalmente,  le  dio  al  invierno  una  pausa.  Un  remanso  ser eno,  donde  el 
amor de Kyliah y Beregon podría cultivarse y transmitirse a los corazones de todos 
en  la  tierra…  Y  fue  así  que  de  ese  amor  nació  la  primavera.  Y  nadie  jamás
olvidaría  a aquel valiente lobo y su querida compañera humana, cuyo amor  habría
de  guiar  a  los  hijos  de  la  gran  madre  hasta  nuestros  días,  dando  origen  a  las 
estaciones del año y los regalos que ellas traen.

    Por eso cuando estés  en un campo nevado, piensa en Beregon y busca en 
tu  corazón  su valor desinteresado, mientras esperas la primavera de Kyliah y el 
amor que proteges dentro de ti.



FIN

1 comentario:

  1. Simplemente Hermoso!! Felicitaciones maestro. Conde Luis

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