Mucho tiempo atrás, tanto que ni las más antiguas montañas lo recuerdan.
Las criaturas de este mundo podían hablar con la gran madre sin más
intermediarios que sus palabras honestas. Ella cuidaba de todos, mayores y
menores de sus hijos eran plenos y ninguno era el favorito o hecho a un lado. Los
días eran favorables y como una buena madre, ella los atendía con amor y
esmero. Pero sus días eran cada vez más cortos y el descanso se le aproximaba,
así que un día empezó a guardar silencio y tejer un mantón de estrellas para su
noche de letargo.
En las altas montañas del norte, donde algunos humanos habían hecho su
vida, nacerían quienes llevarían de la mano al mundo mientras la gran madre
soñaba con caracolas y aguas tibias.
Una tribu de hombres había detenido su marcha al pie de las montañas, en
un valle formado entre dos cordones de elevadas cordilleras, la planicie era de
fértil estado y los frutos del trabajo de aquellos nómades les darían sustento por
varias generaciones, al punto de sentirse cómodos por primera vez sin moverse
de un lugar a otro.
Por otra parte, las montañas y el valle habían sido hogar ancestral de una
raza de grandes lobos esteparios. Cazadores y nobles criaturas, habían hecho su
hogar allí desde hace ya diez generaciones de lomos grises, los más ancianos y
sabios de todo su clan. Criaturas altivas, orgullosas y sabias, capaces de ser el
puente entre los espíritus del mundo y los vivos. Venerados por algunos de sus
hermanos menores, pero con la claridad de mente para no cegarse ante su propia
sabiduría.
Para cuando los nómades humanos llegaron al valle, los grandes lobos
habían emprendido un largo camino hacia los bosques del sur, como cada año lo
hacían, en busca de mejores presas y para saldar los conflictos entre especies
que solicitaban su noble juicio. Pero no dejaban su tierra para no volver jamás,
pronto y después de que las crías de una nueva camada tuvieran las patas firmes
volverían a sus queridas montañas.
Y así fue que los hombres se asentaron en esta tierra, construyeron casas y
empezaron a trabajar la tierra en busca de sus frutos, fue así que varias lunas
después de la llegada de los hombres, los lobos regresaron la valle y se
encontraron con aquellos seres de los cuales solo habían escuchado a través de
las palabras de los hermanos menores. Criaturas que andaban en dos patas,
carentes de pelaje y con un lenguaje que ningún hijo de la gran madre podía
entender. Los lobos con curiosidad y desconfianza debido a las historias que el
viento arrastraba entre sus dedos, decidieron ser meros observadores del
comportamiento de estas poco bienvenidas visitas.
Dos años después de la llegada del hombre al valle, los grandes lobos
partían de su tierra hacia los bosques del sur, en su peregrinar para traer una
nueva camada al mundo, las relaciones entre ellos y los humanos no habían sido
de lo mejor, llegando en algunos mínimos casos a ataques de parte de lobos a
humanos y la consiguiente represalia de estos. Si la hostilidad seguía de esa
manera la tranquilidad de las montañas seria alterada para siempre, y de esto era
muy consciente los sabios de lobos y humanos, papel que recaía en dos de las
más viejas hembras de cada especie, quienes se esmeraban por superar su falta
de comprensión del otro y entender el propósito de la gran madre al atar sus
caminos.
Fue así que ese año y en simultánea hora nacieron dos criaturas, una de
cada pueblo, tan diferentes como el día y la noche, pero tan iguales como el mar y
el cielo. En la tribu humana nació una hembra y le fue dado el nombre de Kyliah,
de cabello como una llamarada y ojos cristalinos de un celeste robado del cielo, la
niña más hermosa y diferente que había llegado al mundo de los humanos, y la
sacerdotisa pudo ver en sus sueños, que el tejido de la gran madre estaba por ser
terminado y así supo que entre los lobos vendría el destinado para esa niña.
Como ya fue dicho, en los bosques del sur fue a nacer una cría de lobo,
macho heredero del líder de la manada. Cuyo pelaje era blanco como el algodón
más puro y poseía dos largas y aterciopeladas colas que se movían como las
nubes por el cielo. Le fue dado el nombre de Beregon y pese a ser un lobo muy
diferente a sus camaradas, fue amado desde que puso sus patas firmes en el
suelo. La anciana y sabia loba comprendió lo que su símil humana también había
entendido, el mantón pronto estaría listo y la gran madre iría a descansar.
Fue así que los lobos decidieron explorar la tierra y no volver hasta mucho
tiempo después a sus montañas natales, por donde pasaban, fueran hermanos
menores o humanos. Todos se admiraban del cachorro blanco como las nubes y
sus dos hermosas colas. Pero sin duda lo que más llamaba la atención del
cachorro era su carácter sencillo y afable que desprendía una paz y armonía
dignas de los más ancianos árboles. Sus pisadas firmes y su mirada ancestral le
valieron el apodo de “Jourinxi” o Lobo-Roble.
Por su parte Kyliah creció para ser la más bella de las hijas del hombre y su
carácter mezcla del fuego en su pelo y la transparencia del cielo en sus ojos, le
daba una personalidad capaz de controlar al más bravo de los guerreros. Era
audaz, fuerte y veloz, amaba las montañas y con paciencia exploraba cada rincón
en ellas, siendo un constante dolor de cabeza para sus padres y el resto de la
aldea, quienes la protegían como su más grande tesoro.
El tiempo pasaba para estos dos seres de alma serena, quienes no
imaginaban que tan entrelazados estaban sus destinos con el mantón que la gran
madre casi acababa. Habiendo pasado casi siete años de su partida a los bosques
del sur, los grandes lobos regresaron a las montañas. Volvían a su tierra, de la
mano del líder y su cachorro, el amado Jourinxi. Los hombres enterados del
regreso de los lobos, temían por su seguridad y dada la notable ausencia de sus
antiguos dueños, ellos se sentían con derechos sobre las tierras de sus antiguos
ocupantes. El jefe de la tribu y su hija Kyliah, se reunían con los consejeros y la
sacerdotisa a fin de evitar un conflicto con sus hermanos y al mismo tiempo
conservar su lugar en aquel lugar.
Los lobos también entendían que de alguna manera las cosas habían
cambiado durante su prolongada ausencia y que nada evitaría el conflicto
desatado si ellos no eran voluntariosos y mantenían la calma, por muy insultados
que se sintieran de los advenedizos humanos. Pero había dos seres a los cuales
no podía importarles menos el conflicto en ciernes, sino que más bien les llamaba
poderosamente la atención estas extrañas criaturas de dos y cuatro patas
respectivamente. Fue así que Kyliah y Beregon salieron de sus respectivos
hogares en busca de aquellos seres que picaban su curiosidad, ambos por
diferentes rutas que sin embargo se unían en un punto que ni ellos conocían. Fue
así que entrada la noche, una tormenta de viento y relámpagos azoto las
montañas y el valle entre ellas. Y pese a todo su esfuerzo, ni humanos ni lobos
pudieron salir en busca de las crías perdidas de ambos, por lo cual se lamentaban
profundamente. Lejos ya de sus hogares, la cachorra humana y el cachorro de
lobo vinieron a toparse en una saliente de la escarpada montaña, donde el viento
y los relámpagos amenazaban con azotar sus frágiles cuerpos. Valientes y
decididos, ambos seres no se amilanaron ante la presencia del otro y lejos de
temerse, desafiantes se plantaron cara en medio del camino, como si alguna
antigua disputa nunca resuelta les atenazare el corazón, decididos a probar la
valía de su oponente y el peso de su espíritu.
Por horas midieron fuerzas en ataques tan perfectos y coordinados que la
mejor de las danzas palidecía ante sus movimientos. Gráciles y certeros golpes
que sin ser del todo mortales no escatimaban en fuerza e intencionalidad. Pero
como toda cosa en el mundo llega a su final en algún instante y la fortuna aun
tenía algo que decir entre estos dos seres. La gracia mal calculada de un
movimiento y una mortal ráfaga de viento hicieron perder el equilibrio a Kyliah
cuyo cuerpo se desprendió del suelo y se deslizo por el filo de la montaña hacia
una muerte segura. Pero más rápido que el pensamiento Beregon reacciono,
envolviendo en su caída y a riesgo de su propio cuerpo el de Kyliah, cayendo
ambos varios metros hasta otra saliente, quedando sin conocimiento por cosa de
horas y abrazados el uno del otro. Al salir la luna, el frio era cada vez más intenso
y si bien el lobo estaba protegido por su pelaje, no era lo mismo para la humana,
quien temblaba como una hoja al viento, debido a la oscuridad ambos deberían
esperar el amanecer para bajar volver a sus respectivos clanes con vida, pero
para el lobo era seguro que la humana no pasaría el frio de la noche, ella aun
orgullosa y altiva no pensaba aceptar la ayuda de su enemigo y mucho menos
pedir por ella. Por eso le sorprendió de sobremanera el sentirse envuelta en una
suave piel blanca, la cual la protegió del frio como la más abrigadora de las
prendas. Al levantar su vista y darse cuenta que la piel era del mismo color que el
pelaje del lobo hizo el amago de quitársela no sin antes darse cuenta que en el
lugar donde antes había dos colas ahora solo una se movía acompasada al viento
y ese puro pelaje era ahora manchado por un hilo carmesí que dejaba su huella en
el suelo. El lobo no evito la mirada de la humana y ella se sintió sobrecogida del
valor de su oponente y se aferró al pelaje como el más valioso de los tesoros,
haciéndole un espacio al que era ahora su compañero y no su enemigo. Fue así
que el alba los descubrió durmiendo abrazados y sonrientes.
Antes de volver a sus respectivas familias, Kyliah intento devolver el pelaje
a Beregon, ante lo que este hizo una mueca y le dio a entender a ella que era un
regalo de respeto y amistad, ella sin pensarlo dos veces, saco el cuchillo que
llevaba en su cintura y sin mediar palabra corto la larga trenza de cabello que
había crecido todos estos años, el lobo no pudo evitar el sorprenderse y más aún
cuando Kyliah ato la trenza al cuello de Beregon y le sonrió gentilmente. El lobo
entendió en seguida la intención de la humana y asintió ante el regalo de ella,
prometiendo para sí jamás desprenderse de aquel cabello de fuego. Así y por
primera vez estos seres se separaban para volver con los suyos, pero envueltos
cada uno en una parte del otro.
Los años no fueron gentiles con los lobos y los humanos, las tensiones y la
falta de dialogo entre los líderes contrarrestaba con la creciente amistad de Kyliah
y Beregon, al punto que para ellos no parecía existir conflicto alguno. Al cumplir
los doce años de vida, la adultez llamo a las familias a escena, las camadas de
humanos y lobos llegaban a la madurez. Sin embargo la celebración se convertiría
en tragedia pues la confrontación era inevitable.
Kyliah en todo su poderío secundaba a su padre, líder de los humanos y
como un tótem en su espalda llevaba la preciosa piel de su amigo Beregon,
cuando nadie la veía la acariciaba dulcemente con tristeza en sus ojos.
Beregon a los doce años se había vuelto majestuoso y bello, su pelaje era
aún más blanco que cuando joven y su padre parecía el cachorro junto a él, en su
cuello aun llevaba la trenza de Kyliah, los cabellos de fuego que su amiga le había
regalado hace tanto tiempo y que no habían perdido su vigor. Mientras que a
Kyliah el cabello jamás había vuelto a crecerle.
Los bandos se trenzaron en una batalla de lanzas y colmillos, asestándose
crueles golpes los unos a los otros, mientras el tapete del destino de la gran madre
se desenrollaba frente a ellos. En un momento clave de la batalla Kyliah se vio
rodeada de lobos y desarmada, pero pese a ello no había perdido su espíritu de
batalla que ardía en sus ojos celestes. Beregon al presentir el siniestro final de su
querida humana no dudo ni por un instante en arremeter en contra de los suyos,
en una furia comparable solo a los berserkers legendarios. Kyliah no pudo ser
menos ante el valor de su querido Beregon y recogió su lanza, haciendo frente al
enemigo común.
Hombres y lobos por igual estaban en desconcierto ante el repentino
cambio de la marea, al enfrentarse con estos dos fieros guerreros. Pero la suerte
no había elegido a su compañero para esa tarde y fue así que un aullido
desgarrador sobrecogió el campo de batalla y el corazón de Kyliah, cuando al
voltearse vio a su querido Beregon atravesado por una lanza humana en su
costado mientras un lobo clavaba sus colmillos en el cuello de su amigo. No hubo
pausa en el movimiento de Kyliah cuando acabo con humano y lobo por igual y su
grito de furia encendió su corazón, estremeciendo a todos y por un instante
deteniendo las acciones.
Cayó de rodillas ante el jadeante cuerpo del lobo, su piel estaba cubierta del
carmesí de su sangre, mientras ella intentaba inocentemente limpiarla. El solo
pudo sonreír ante su preocupada amiga y con ese gesto cerro sus ojos para
siempre. Kyliah entendió en ese momento lo que perdía ente sus ojos, por seguir
ciegamente el egoísta deseo de los suyos. Y ante su pena infinita se sobreponía
un amor que nunca hubiese imaginado. Cogió el cuerpo de Beregon en sus brazos
y lo apretó contra su pecho queriendo no dejarlo escapar jamás. La trenza de
cabello alrededor del cuello del lobo se desanudo y empezó a caer al suelo… Y
ahí donde caía un cabello una flama pequeña se iba encendiendo, para luego
convertirse en una flor de color carmesí. Camino Kyliah entre humanos y lobos,
quienes avergonzados y tristes lloraban la perdida de Beregon, pero más aún
lloraban porque entendían que el destino iba a reclamar a las dos criaturas más
puras de la creación.
Al llegar a la orilla del descampado, Kyliah se giró hacia los guerreros con el
cuerpo de Beregon aun en sus brazos. Su pelo se había encendido como el sol y
sus ojos celestes brillaban con la fuerza del amor por su querido lobo. Sonrió a
todos y en una llamarada intensa desaparecieron amb os ante la vista de todos.
Pero no hubo de pasar un instante cuando un relámpago atravesó el cielo y nubes
blancas como el pelaje de Beregon taparon el celeste cielo y como si fuesen
lágrimas, delicados y suaves copos de agua comenzaron a caer sobre las
montañas y el valle. El invierno había nacido, una época cruel y dura para todos
seria aquella, que les recordaría lo que habían perdido.
Pero la gran madre no era cruel con sus hijos y antes de que su sueño la
sumiera totalmente, le dio al invierno una pausa. Un remanso ser eno, donde el
amor de Kyliah y Beregon podría cultivarse y transmitirse a los corazones de todos
en la tierra… Y fue así que de ese amor nació la primavera. Y nadie jamás
olvidaría a aquel valiente lobo y su querida compañera humana, cuyo amor habría
de guiar a los hijos de la gran madre hasta nuestros días, dando origen a las
estaciones del año y los regalos que ellas traen.
Por eso cuando estés en un campo nevado, piensa en Beregon y busca en
tu corazón su valor desinteresado, mientras esperas la primavera de Kyliah y el
amor que proteges dentro de ti.
FIN
Simplemente Hermoso!! Felicitaciones maestro. Conde Luis
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