lunes, 29 de octubre de 2012

Nuevo cuento para un lunes cualquiera.

Tenia ganas de subir un cuento inédito, pero por el factor tiempo no alcancé a terminarlo, pero les prometo que este miércoles 31 a la medianoche, les subiré un cuento especial para noche de brujas. Por mientras les dejo un cuento inspirado por Charles Lutwidge Dodgson (a ver si saben quienes) , saludos y buena semana. Se agradecen la criticas y comentarios con respeto. La ilustración como siempre corre por cuenta de mi colega Renzo Soto.





Pasteles, té y un mal pensamiento.


            Avanza la tarde y la hora del té ya se acerca, bajo la sombra de un abeto se coloca la mesa. Mantel, loza y cubiertos,  sillas contadas para muchos invitados. Galletas, pasteles, mermelada y dulce de leche se reparten como piezas de un juego sobre la mesa, azucareros con terrones dorados y blancos,  terrones dentro de plata y porcelana.
            Faltando diez minutos para la hora señalada tres personas llegaron a la mesa y tomaron asiento, en la cabecera se ubicó un hombre delgado y de cejas frondosas, llevaba un traje verde musgo y un sombrero de ala ancha con pluma adornaba su cabeza. A su derecha se sentó una mujer de aspecto fino y distante, toda vestida de rojo y con una tiara sobre su cabeza; era eso sí, regordeta y tan bajita que los pies no le llegaban al suelo estando sentada. A la izquierda del hombre con sombrero se sentó un hombre alto, corpulento, medio calvo y de lentes; lo único notorio en su apariencia era un delantal blanco de carnicero con algunas manchas rojas y el reloj de bolsillo que consultaba cada cierto tiempo.
            “Ya es la hora señalada, incluso me atrevería a decir que es demasiado tarde y aun nos faltan invitados” dijo el carnicero mirando su reloj. “Yo estoy aquí hace rato, ¿o acaso me he hecho invisible para ustedes?” contesto una voz al reclamo del preocupado comensal. La voz provenía del abeto junto a la mesa, desde la copa se dejó caer una figura, un hombre delgado, de movimientos rápidos y certeros, fue a tomar asiento junto al carnicero, pero antes paso junto a la dama de rojo y le hizo un coqueteo, la cual nerviosa se apresuró a decapitar a un hombre de jengibre con sus dientes y continuo desde ahí decapitando uno tras otro.
            “Pero que lindo sombrero trae este día, si me permite decirlo, mi querido amigo” soltó el hombre de aspecto felino. “Pues ya lo ha dicho usted, ¿así que como podría no permitírselo si la confianza se ha tomado?” respondió algo incómodo el comensal de sombrero. “Espero que no sea de tamaño extraño, como esos molestos diez tres cuartos que siempre encuentro botados” continuo el hombre de aspecto felino. “Para nada mi amigo, es tan normal que creo que a su cabeza hará justicia, aunque me temo que la vuestra es una cabeza que sin duda le ha faltado bastante” soltó algo irónico el hombre del sombrero. “Cierto que es extraña mi cabeza, pero no por ello no he de cubrirla con un bello sombrero, ¿o acaso es eso demasiado extravagante?”. Era bastante notorio que la cabeza del hombre era algo extraña, ancha como un balón, de ojos felinos, mirada curiosa y una sonrisa que trazaba una línea ecuatorial de lado a lado de su rostro.


            “Pues ahora que le miro, usted me parece menos humano y más felino... y que yo sepa jamás he visto un gato con sombreo, botitas tal vez, pero jamás sombrero” dijo en tono muy severo el hombre con sombrero. “Pero mi señor, le replicó a sus dichos, siendo gato aún tengo cabeza para así usar botas y sombrero” contesto el felino. La mujer bajita y regordeta cansada de esperar otro coqueteo del felino, decapitaba hombres de jengibre con absoluto esmero y precisión “¡Que le corten la cabeza!” grito, “Así se acaba la discusión del sombrero y empezamos a tomar él te dé una buena vez”. El grito espanto a un cuervo negro que escribía un poema con una de sus plumas y el carnicero nervioso miraba su reloj mientras sostenía un terrón de azúcar sobre su taza.
            “Mi encantadora dama ¿qué sería de un hombre sin su cabeza, donde pondría un servidor sus pensamientos?, además, esta es una postura de ideas por tanto no se le puede decapitar, pues una idea no tiene cabeza” respondió apresurado el felino. “Pues la suya ni pies ni cabeza tiene” respondió el hombre del sombrero, “Y esta ocurrencia suya de poner sombrero a una idea, ¡es aún más extraña que su cabeza y un gato con botas!” exclamo. “Pues una idea va dentro de una cabeza, pues es sabido que allí se crean, pero sin cabeza ¿existirá dicha idea, o solo es un mal pensamiento en busca de una buena cabeza?” las palabras del felino dejaron pensando al hombre del sombrero. “¡Pasa de la hora señalada!” reclamo el carnicero, “Y la liebre de marzo es más tierna en invierno, pero mi terrón de azúcar espera a vosotros aun caballeros... y si me permite mi querido amigo, a la hora del té nadie puede llevar sombrero”.

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