lunes, 12 de noviembre de 2012

Un cuento para niños y no tanto...

Primero, me disculpo por la ausencia, pero estamos trabajando a toda maquina para la Concomics con Renzo, así que el tiempo se hace escaso. Esta semana tratare de subir un par de cosas nuevas que he estado escribiendo exclusivamente para el blog. El cuento de hoy es algo diferente y lo escribí hace un año mas o menos para un concurso internacional. Las ilustraciones como siempre corrieron por cuenta de Renzo Soto y son hermosas, fue un ejercicio para saber que no solo podemos hacer comic. El texto final es bastante diferente del que les dejo aquí, después de las correcciones, pero no perdió el espíritu. Espero les guste y que cuando lo publiquemos puedan comparar las diferencias.



CORAZÓN DE CHOCOLATE


Nuestra historia comienza en la cima de un cerro, en una casita de color brillante y aroma ligero, trufas, bombones, malvas y caramelos desfilaban en sus mostradores. Estela era la dueña de tan prodigioso lugar, que repartía amor y alegría a cada rincón en que el sol pudiese faltar. Con delantal a cuadros y una sonrisa ella siempre vestía.
            Todos los días, sin faltar uno, y justo antes que el sol saliera, tomaba Estela su delantal y por el cerro subía hasta su chocolatería. Ni el gallo cantor notaba sus pasos y el sol esperaba al dulce olor del chocolate caliente para despertarlo.
            Tenia Estela un hijo, una inquieta y dulce criatura de nombre Tomas, por quien ella trabajaba sin descansó, su alegría y dulzura no disminuía, pues era el amor por su hijo el secreto de su cocina. Mientras Estela trabajaba, era la abuela quien cuidaba de su niño y fue con ella con quien aprendió de libros, honestidad y el mundo. De su madre aprendió la alegría de vivir y el sacrificio, la honestidad y el trabajo duro.
            Para su hijo un dulce ella siempre tenia, los bolsillos llenos a desbordar a veces tenia. Cocoa caliente en invierno y helados de frutas en verano, hacían al pequeño feliz todo el año.
            Los días se sucedían sin pausa ni tregua  de niño inquieto y curioso a joven aplicado y estudioso Tomas dio el paso, en un parpadeo para Estela su niño se volvía un hombre hecho y derecho, pero asimismo sin tanto tiempo para dulces y arrumacos, los dulces dieron paso a libros y cuadernos.
            “Madre, no tengo tiempo para mimos y chocolate, tu vida es muy dura y si no estudio no podre darte todo lo que tu me has dado y que tu vida sea menos sacrificada” decía Tomas a su madre con tono serio, olvidando que Estela solo amor le había entregado y sin pedirle nada a cambio. Pero ella era comprensiva y serena, mientras su hijo fuese feliz así ella no podía reclamar la distancia impuesta o la pena.
            Un corazón de chocolate muy especial, el día de su cumpleaños Estela le daba a Tomas. Desde que nació sin faltar siquiera un año, en la mesa del desayuno encontraba el niño su regalo. Pero a medida que fue creciendo, Estela hallaba el corazón donde lo había dejado y una nota de gracias mama, luego me lo sirvo. Y pese a hallarlos sin un mordisco, Estela jamas fallo un año en el regalo para su hijo.
            Y así paso el tiempo, hasta que un día Tomas decidió partir del pueblo. A la ciudad se iba, en busca de una carrera y una mejor vida, su madre estaba apenada, pero mas podía el orgullo que sentía pues su hijo un profesional seria. La abuela lo apretaba como si fuera una esponja, lloraba hasta empañar sus lentes y un moco de su nariz colgaba.
            Los días pasaban, los meses les seguían y así uno tras otro los años implacables se juntaban. De Tomas y su regreso en la casa ya casi no se hablaba, aunque estela por teléfono y correo con el se comunicaba. Ella triste, no sabia porque su hijo no volvía a casa, la tristeza se convirtió en lágrimas mientras cocinaba y las delicias de la chocolatería sabían a dolor y nostalgia.
            Cuando Tomas escribía, era escueto y educada, mandaba amor y muchos recados. Decía cuan apurada era su vida como arquitecto, cuan duro era ganarse el pan pero se sentía satisfecho, en navidades una tarjeta muy cumplida y un pavo gordo enviaba, pero de el o su sombra no se veía nada.
            Fue así que la chocolatería de a poco fue cerrando, ni el sol o el gallo cantor veían a Estela a diario y su alegría fue perdiéndose junto con la dulzura de su arte, apesadumbrada por la ausencia de su hijo el día de su cumpleaños hizo un ultimo corazón de chocolate, despidió al sol de su local y cerro las puertas para jamas volver. El cerro y su alegría se apagaron junto con la chocolatería, y el sol no tuvo mas su taza de chocolate caliente para recibirlo.
            En la ciudad Tomas gustaba de pasear por sus calles, cada domingo salia a conocer los rincones de esta, pero siempre le había sorprendido cuan gris y fría era, con gente ausente y desconfiada, nada comparado a el pueblo de donde venia, y era así como la nostalgia de el se apoderaba.




            Este domingo muy diferente no era, hasta que un aguacero cayó sobre su cabeza empapándolo entero, corrió Tomas en busca de refugio y a tropezones entro a una cafetería, la clientela se le quedo mirando algo sorprendida, mas de alguno al verlo se sonreía. Tomas no pudo evitar que su cara se llenara de vergüenza, acomodo su saco y se dirigió al rincón mas apartado del local murmurando su incomodidad.
            Un escalofrío le hizo sacudirse como un perro y una risa casi le hace ladrar también, pero antes de pronunciar palabra alguna sus ojos quedaron prendados de la chica parada junto a el. Ningún argumento, por poderoso que fuera, podía combatir la dulce sonrisa de la dependienta de aquella cafetería, sus ojos eran verdes como el mar y su cabello dorado y suave como la miel.
            “¿Un mal día para caminar?”, le pregunto la joven a Tomas, su voz era suave y delicada. Mas el no atinaba a nada mas que a mirarla y estornudar. Con mucho esfuerzo y la cara roja de pudor, Tomas logro sacar la voz de su pecho apretada. “¿Tienes chocolate caliente?” pregunto, “¡claro que si!” le respondió ella, y antes que Tomas le replicara siquiera, la muchacha había desaparecido tras el mostrador de la cafetería.
            Luego de algunos minutos de espera la chica regresaba con un tazón de humeante y dulce chocolate a la mesa, “¡vaya que huele bien!” pensaba Tomas, y se sorprendió mucho mas al ver el tamaño de aquel tazón, el mas grande que había visto en mucho tiempo. “Lo preparo yo misma” dijo la chica, con su cara de niña y el orgullo en sus ojos, y como si fuese a adivinar la respuesta de Tomas, le replico antes que el contestara “veras que no encuentras chocolate caliente mas dulce que este”.
            Tomas no pudo contener una carcajada ante la audacia de aquella chica “veremos”, lo soltó el arrogante. “Despues de todo...” continuo, “soy un experto en dulces y chocolates”. “Sin duda alguna es el mejor” le replico la chica, tenia sus mejillas hinchadas y el ceño fruncido, como si fuese una nena pequeña a la que han hecho rabiar. “Ya ves que con solo sentir su aroma has sonreído y se te ha quitado la cara triste” volvió a decir ella, acto seguido le saco la lengua y se perdió nuevamente tras el mostrador. Esas ultimas palabras habían dado de lleno en el corazón de Tomas, quien no podía explicar porque esta chica lograba hacerle reír y olvidar el frió que sentía en su corazón.
            Apuro el chocolate antes que se enfriara, pero disfrutando cada trago, era en verdad el mejor que había probado en muchos años y las memorias de su madre volvieron a su corazón. Al salir del local busco a la chica con la mirada, sin poder hallarla, se preguntaba si volvería algún día a aquella cafetería o si podría ver la sonrisa de aquella chica nuevamente, fue ahí que se percato que no había preguntado su nombre.
            El lunes siguiente llego Tomas a su oficina, temprano como todos los días, al entrar se percato de lo oscuro y gris que era ese lugar. ¿Siempre fue así? pensaba Tomas, o es que algo había ocurrido que le permitia ver cosas que antes nunca se había preocupado en ver. La secretaria se acerco a el y le entrego un mensaje, un pedazo de papel que corto su pecho como si fuese un cuchillo, su madre había caído enferma y estaba en grave estado, la abuela que hasta ese día no le había molestado por nada, le urgía a regresar a casa, al teléfono su voz era un hilo y se notaba vieja y cansada. Tomas sentía como poco a poco su mundo se derrumbaba.
            Viajo rápido y liviano, no se preocupo de hacer maletas o preparar ropa adecuada, curioso para el era ver como su vida ordenada poco a poco de sus manos escapaba. Al llegar al pueblo no pudo evitar ver lo gris que este se había vuelto, como si la ciudad le hubiese seguido en el bus hasta este momento. Entro en la casa de su abuela, sin encontrar un sonrisa en ningún lugar, hasta que entro en la habitación de su madre, que al verlo ahí de pie su rostro ilumino.
            “¡Madre!” exclamo Tomas al verla postrada, pálida como un fantasma y pese a eso sonreía al verlo. La vergüenza que sentía no le dejaba pasaba de la puerta “he estado tan ocupado” se excusaba Tomas, “si hubiese sabido que estabas enferma... yo...”. Una lágrima corrió desesperada por su rostro.
            “Mi niño, has vuelto, has crecido y estas hecho un todo un hombre, serio y correcto... pero siento que algo te falta”. Las palabras de su madre lastimaban a Tomas como si fuesen dagas, pero con cada corte aliviaban su pesada carga. “Acercate hijo mio, eres alto y gallardo, ¿porque bajas la mirada y te ahogas en tristeza?”
            “Tan ocupado estuve por ser alguien de quien te sintieras orgullosa, sin darme cuenta que solo por ser tu hijo tu eras plena” la voz de Tomas era un hilo a punto de cortarse. Estela acaricio el rostro de Tomas y le hizo levantar la mirada, “Nada hay por lo que avergonzarse o estar triste” le dijo ella, “lo único que debes hacer es encontrar aquello que perdiste en el camino, quizás este por ahí tras alguna puerta tu verdadero destino”.




            Tomas sonrió con las palabras de su madre y su corazón pudo espantar la vergüenza que sentía, Estela satisfecha con ver de nuevo a su hijo, sonrió una vez mas y le dijo “recuerda esa sonrisa, la alegría que lleva, pues ese es el secreto en la cocina y lo que hace dulce la vida”. Y dichas estas palabras los ojos de Estela se cerraron para siempre, pero según cuentan quienes la acompañaron que la luz de su rostro volvió a ella como cuando Tomas de sus brazos colgaba.
            Pasaron los días y la pena en el corazón de Tomas crecía, no quería ya volver a la ciudad pues nada ahí le lleno nunca, pero tampoco salia de su habitación mas que para alimentarse una vez al día. Su abuela, preocupada esperaba que su nieto reaccionara. Pero como eso no ocurría, ella decidió que era hora de apurar su salida. Con pasos sonoros y pesados, antes que el sol saliera, camino hasta la habitación de Tomas “¡Despierta de una buena vez!” grito la anciana, haciendo saltar a Tomas de la cama. Del suelo donde había quedado repartido, su abuela por una oreja lo había cojido “Es hora que te pongas en pie y veas que haremos con la chocolatería de tu madre”.
            “¿Hacer?” pregunto Tomas, aun sobresaltado “¡No soy chocolatero, ni pastelero... no soy mas que un inutil”. La abuela no hizo caso de los reclamos de Tomas, y jalandolo por la oreja lo puso en la calle, cerrando la puerta tras el, con pestillo y llave.
            “¡Abuela, hace frió y aun no sale el sol!” gritaba Tomas desesperado. “Tu madre salia a diario a esta hora, si tanto frió tienes camina a la chocolatería, ahí encontraras algo caliente” le replico molesta la anciana, pero evitando que su nieto se diera cuenta de la pena que la embargaba.
            Helado hasta las uñas y a regañadientes, subió Tomas el cerro. El gallo cantor lo miraba con recelo, sin saber quien era aquel hombre que hacia el camino que por tanto tiempo nadie hizo. Al llegar a la chocolatería y entrar en ella los recuerdos golpearon a Tomas como una piedra, los rincones donde se escondía a comer jalea, su cara embardunada en chocolate mientras su madre le regañaba. Su risa sabia a sal mezclada con las lágrimas que le asistían.
            Paso un largo rato revisando anaqueles y mostradores, varias cajas y por cierto que también cajones. Hasta que dentro de un mueble sin muchos adornos hallo una caja de madera, simple y sin decoración. Al abrirla cual seria su sorpresa que había un libro pequeño dentro de ella, era grueso y de tapa negra y solio decía en su portada “Recetas”.
            Bajo el libro mas sorpresas habían, un corazón de chocolate blanco, envuelto en papel de regalo se escondía, al verlo Tomas no pudo evitar por mas tiempo el dolor ahogado en su pecho, pensó en el dolor que a su madre había causado y como un bebe a llorar se largo sin poder parar.
            Sentado en el suelo y tras haberse calmado, leía el libro con atención y cuidado. Memorizaba cada receta que su madre había escrito pero aun no entendía cual era el ingrediente secreto que todas mencionaban, hasta que antes de terminar el libro se encontró con un párrafo que no era mas que la dedicatoria de su madre, las palabras que nunca se dijeron estaban ahí escritas. 
            “Hijo, pasan los años y no hemos vuelto a vernos. Quiero pensar que en la ciudad has de estar ocupado pero contento, ahora que eres un exitoso arquitecto. Te extraño, pero me siento orgullosa de haber ayudado a tus sueños construir, que tu vida es buena y honesta y eres feliz.
            Hoy cumples treinta años y he pensado en hacerte un regalo, ¿recuerdas cuando eras pequeño y te hacia un corazón de chocolate?. Hoy he sentido la necesidad de hacer uno para ti, de alguna manera se que lo necesitaras. Lo dejo en esta caja envuelto, a ver si lo encuentras en su justo momento y recuerda que el secreto de un buen chocolate no es el azúcar, sino el amor.” 
            La felicidad se apodero del corazón de Tomas y por primera vez desde que era niño, supo que era lo que de verdad quería. Pues cuando el imaginaria que de tanto buscar su destino, lo encontraría envuelto en papel aluminio en una sencilla caja de madera. Por la puerta del local se asomo timidamente el sol, como si pidiese permiso o quisiera ver quien había dentro. Al ver a Tomas y el tazón humeante de chocolate brillo tibio y aliviado, y se extendió por el cerro avisando en todas las casas que la alegría había regresado.
            La ciudad seguía siendo gris y fría, pero a Tomas eso ya no le importaba, al llegar a la cafetería entro de golpe pero sin tropezar, saludando a todo el mundo en su paso hasta el rincón donde se fue a sentar. Nuevamente la chica que atendía el mesón se acerco a el, pero se detuvo a mirarlo dos veces, pues este hombre ante ella no era el mismo tipo mojado y triste de aquella ocasión.
            “¡Vaya!” exclamo ella, “Ha pasado el tiempo y estas algo diferente, ¿que te trae por aquí si afuera no llueve?”. “Pense que me habías olvidado” replico Tomas, “Como corriste a perderte tras el mostrador, después de sacarme la lengua y darme un sermon”. La chica se puso roja como una guinda y sus mejillas se hincharon como si fuese una niña.
            “¿Que vas a querer?” le pregunto ella molesta, a lo que Tomas no pudo evitar reír de buena gana. Esa sonrisa pudo mas que su enojo y ella sonrió con el mientras sentía su corazón mas tibio y acelerado.
            “¿Te puedes sentar un momento?” pregunto Tomas, a lo que ella respondió acomodandose junto a el. “Despues de mucho investigar” decía Tomas todo serio y compuesto. “Que tu chocolate es en realidad muy bueno, pero como te dije, soy un experto en chocolate y he preparado un brebaje, digno de competirte”
            “¿Solo a eso viniste?” pregunto ella, con algo de decepción en su voz. “No” respondió Tomas, “Vine a saber tu nombre y a decirte que hace años perdí mi camino y mi corazón, encontré mi camino y me trajo a esta cafetería. Ahora vengo a ver si con una taza de chocolate caliente puedo recuperar mi corazón que deje en tus ojos”
            La chica sonrió tiernamente y apoyo su cabeza en el hombro de Tomas “Mi nombre es Johanna” respondió con voz suave y dulce. Bebieron el chocolate y dejaron la ciudad gris para no volver mas.
            Cuenta la historia que desde ese día el sol brillaba como nunca en lo alto del cerro, que las casa se abrieron nuevamente y que la alegría volvió junto al aroma a chocolate. La chocolatería abría temprano antes que el gallo cantara. Trufas, bombones y galletas Tomas y Johanna hacían, y cuando de su amor nació su hija Estela entre los dos le preparaban un corazón de chocolate para cada cumpleaños.





-FIN-

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